Cuando la caridad combina con la cartera y los zapatos
Así que en la primera Asamblea
como todos los años fui, escuché, revisé cada papelito que me dieron y ¡sorpresa!
Este año además tenía premio extra con la aparición de la Resolución 058 y su
trabajo a cuestas. Me anoté en la
consabida lista de delegados de curso, me leí reglamentos, escritos, volantes,
cualquier cosa impresa sobre el tema y me dispuse a colaborar.
Llegado el día de la primera
reunión seria de la Sociedad de Padres y Representantes (que en muchos colegios casi parece parte de una
sociedad masónica milenaria por el secretismo), estaba en la tercera fila, con
mi bolígrafo y papelito a mano y mil preguntas y propuestas basadas en la problemática
actual del colegio cosa que, pensaba yo era de lo más importante a tratar.
Saludos, punto 1, punto 2, una
escaramuza, solución, punto 3, punto 4 y llegamos a la tradicional y gran
acción de caridad del año con las niñas sin techo a las cuales la congregación
da abrigo. Antes de seguir, aclaro que no tengo nada en contra de la caridad,
por el contrario apoyo toda causa llevada en forma legítima y desinteresada a
favor de quien lo necesite pero es que lo que vi a partir de aquí, supera
cualquier película de Almodovar y El Chiguire Bipolar juntos.
La reunión se centró en una
fiesta de Navidad para los pobres con regalos incluídos basados en una donación
“voluntaria” ya establecida en números y artículos para cada padre. Se debatió porqué fiesta para ellos y no para
nuestros niños pero la respuesta fue un escueto: “los niños deben vivir la
pobreza para sensibilizarse con sus necesidades” (mientras se agregaba a la
lista de cosas a regalar a los pobres un tv 42¨) y así seguimos en una “party
planning” extenso.
Como estaba dispuesta desde el
principio a colaborar, me anoté a recaudar el dinero y hacer compras necesarias
y me lanzaron mi lista de regalos “sugeridos obligados”: sábanas, toallas, ropa
de calle, de noche, zapatos, relojes, etc. en juegos de 25. Recolecté el dinero
que gustosamente los padres accedieron a darme sin criticar la cantidad ni a
los que no quisieron o pudieron. Siempre he creído que la caridad nace y no se
puede forzar.
Con mis realitos a cuesta, hice
mi modesta compra (no es fácil tooooodo eso con 900 Bs. en tiempos de crisis) y
me fui al Centro de Acopio convencida de que las hermanitas de la caridad
voluntarias estarían felices porque, aunque poco era bueno. Cual fue mi sorpresa al encontrar a un grupo de
gárgolas echando pestes sobre las donaciones recibidas, con frases tales como: “le
pedimos 70 y nos dio 50, ¡que miserableeee!!!” y pare usted de contar,
criticando la supuesta buena posición económica de todos razón por la cual
debían dar eso y más y llenándose de flores, auto alabándose con su obra y su “misericordia”.
Entregué mi parte y me retiré sintiendo
que en vez de haber hecho un acto de caridad, había entrado al inframundo entre
las patas del Cancerbero junto con Ades
y su Combo.
Esa sensación de que la caridad
se desfiguraba y se convertía en algo que daba status, “caché”, nombre y hasta
pasajes en primera clase al cielo es más o menos la misma que sentí frente a los sacrificados rescatadores de
animales que se sienten a un paso de figurar junto a San Francisco de Asís en
el próximo almanaque de los hermanos Rojas, special edition o junto a las
sosegadas damas de la iglesia que juntan ropa para los necesitados, pero
primero revisan y se quedan con lo mejor y el resto lo regalan.
Comprobé que vivimos en una
sociedad donde la caridad no es un acto de fe y amor al prójimo en muchos
casos. Es un accesorio de moda, algo que nos coloca por encima de otros “miserables”
que no son como nosotros pero que, dantescamente tiene cuotas, status,
requisitos y grados para su calificación.
Se puede ser MUY caritativo y hacerse propaganda uno mismo
para figurar como toda una estrella de la compasión repartiendo cosas a una
causa X, en fecha X y para que me vean fulano y zutana. Otros prefieren salvar perritos e insultar al resto del mundo
porque no lo hacen y así, hacerse una reputación sólida en el ramo y hay
quienes simplemente, les encanta un cotilleo, una obra, un acto social y se
anotan en mucho aunque no estén sensibilizados ni un gramo con esa realidad.
Esos grupetes son aquellos que
año tras año se llenan la boca con su caridad y misericordia, que juzgan la
capacidad de dar de los demás olvidando la parábola aquella sobre la limosna
del rico y la anciana pobre, que dan y dan pero para que las vean y en su casa,
su espacio son estériles y que se flagelan diciendo siempre con una sonrisa,
zapatos y bolso a tono donde las vean: es que somos muy sensibles con los
necesitados.
Afortunadamente, no todos son así
y siguen y seguirán existiendo aquellos que realmente practican la caridad.
Aquellos que en silencio, de corazón dan su vida, su tiempo para ayudar a
otros. Aquellos que entienden el valor de una donación por más pequeña que sea
y siempre tienen una palabra de agradecimiento en los labios. Seres invisibles
que actúan como verdaderos ángeles sirviendo.
Los vemos en la vecina que siempre
tiene algo de comida para los demás, el que tiene ropa para quien la necesite,
aquella que cuida los niños de todos o el que te da la cola aunque sea a dos
cuadras del infierno. En las miles de obras silenciosas donde se forman seres
humanos maravillosos de niños sin hogar
y amor. Seres de luz, de amor, de caridad en todo su sentido y esos no
necesitan luminarias porque brillan con luz propia.
Excelente reflexión, a menudo me encuentro en la disyuntiva de ayudar, regalar o dejar pasar porque estoy convencido que detrás de estas cosas existe una franquicia comercial de deterioro social, no ayuda si no corrige, si no se sale de la miseria...!!!
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