No en hora pico
Lucía se levantó temprano y fue directo al
baño. Se miró en el espejo y se dio cuenta de que tenía una cana, su primera
cana y justo cuando apuntaba mentalmente comentárselo a
Diego, recordó que ese día se cumplían 3 meses exactos desde que Diego hizo su
maleta y se fue.
Se lavó la cara, se cepilló los dientes y
decidió tomar una ducha, larga y bien caliente. Había llegado al fin el día y
debía prepararse adecuadamente.
La noche anterior había escogido la ropa
cuidadosamente, considerando el buen gusto y la practicidad: una chaqueta color
marfil, camisa blanca, pantalones azul
marino corte recto, zapatos planos. Ropa sencilla, fácil de poner y quitar.
Mientras se duchaba sentía por primera vez
la paz de los que ya no esperan nada, de aquellos que llegan al final del
camino. Por primera vez no sentía angustia ni miedo. Su decisión luego de
largas noches de llanto y sufrimiento tras la partida de Diego había llegado
como un rayo de luz. Ya sabía que hacer y nada lo cambiaría.
Se depiló (es importante verse bien con o sin ropa), se secó el cabello con
esmero, se maquilló con coquetería y mientras, chequeaba el reloj. Debía estar en su destino
a más tardar a las 10 y 30 am. Lo más importante de ese día era llegar a
tiempo, antes de la hora pico. Su decisión había tomado eso principalmente en
cuenta: no en hora pico.
Una vez lista, se observó en el espejo
nuevamente y quedó satisfecha con su apariencia. Dio una última mirada a su
apartamento sin extrañar nada y salió sin
mirar atrás.
Pulsó el botón del ascensor y cuando la puerta se abrió, vio a su vecina
del piso 17, con su bebé en el coche, como siempre cargada de cosas como toda
madre que sale, aunque sea a media cuadra con un bebé. Al legar a la Planta baja
pretendió salir de prisa, pero la mirada suplicante de la vecina, implorando
asistencia con el coche, los bolsos y las escaleras siempre mal ubicadas, la
hicieron detenerse un momento y ayudarla con el coche. “Total –pensó- es
temprano y tengo tiempo de sobra”.
Tomó el coche, batalló con él y sus
“modernas” ruedas y mientras lo bajaba por las escaleras, su mirada se cruzó con
la del bebé, quien reía a carcajadas y le daba una de esas sonrisas que dicen:
Gracias por hacerme feliz. No pudo evitar esbozar una ella misma y se dio cuenta de que era la primera en tres meses. La primera.
Salió del edificio no sin antes ser el
blanco de los agradecimientos eternos de la vecina, un abrazo, un beso bien
plantado en la mejilla y una invitación a merendar al final de la semana que no
pudo rechazar.
Corrió hacia la parada del carrito. Necesitaba llegar a tiempo y aún
debía superar el tráfico de la mañana. Se montó en el primero que pasó, pagó el
pasaje y se abrió paso hacia el fondo encontrando un puesto afortunadamente.
Cuando pretendía sumirse en sus
pensamientos hasta llegar a su destino,
se sentó a su lado un anciano de cara dulce quien le dio los buenos días
en forma sonora y procedió a comentar lo hermoso que estaba el día. Ella
asintió y pensó que si no le seguía la corriente, haría su viaje en el silencio
que deseaba. Pero el anciano tenía unos planes diferentes y prosiguió con el
siguiente tema en agenda.
Las últimas noticias fueron el primer
asunto: lo peligroso de la calle, un fraude bancario sonado y alguien que ganó
la lotería. Hizo sus comentarios personales sobre cada una: no salía tarde en
la noche por previsión, mejor era el colchón para los ahorros y con mucho
dinero viajaría a París y visitar el Louvre. Lucía sintió que algo se iluminaba
dentro de ella y recordó que el Louvre fue su sueño, alguna vez, y asintió
mirándolo a los ojos.
Prosiguió con un suspiro y se centró en
los temas personales: su vida y sus nietos. Le habló sobre sus 40 años de
trabajo como Contador Público en una empresa, el cambio de su vida al jubilarse
y reencauzar su esfuerzo y tiempo en
nuevas actividades y la emoción y el amor que sentía por sus nietos. Al igual que antes, añadió que trabajar es lo
mejor para mantener una mente activa, la jubilación y la tercera edad es una
oportunidad para aprender y crecer y los nietos son maravillosos, pero no se
tiene la misma energía que con los hijos y por eso, se agradece que tengan sus
padres.
Finalmente, miró a Lucía a los ojos y con
una amplia sonrisa y una voz suave le dijo que tenía una mirada maravillosa,
transparente. Ella sintió mariposas en el estómago, dio las gracias y se dio
cuenta de que era la primera vez en meses que alguien le hacía un cumplido y ella
lo disfrutaba. Miró en el reflejo de la ventana sus ojos. La primera.
El anciano llegó a su destino, se despidió
amablemente y Lucía sintió una brisa fresca aun cuando las ventanas estaban
cerradas; su presencia hizo extrañamente dulce el viaje que pensó sería
terrible, ya que tenía tres meses que no salía de casa. Se levantó al darse
cuenta de que estaba cerca de su parada, gritó el acostumbrado “Dónde pueda” y se
bajó.
Ya en la acera chequeó el reloj y se dio
cuenta de que eran las 9 y 45 am. Necesitaba llegar a su destino en 45 minutos
máximo, así que decidió apurar el paso hacia la entrada de la Estación del
metro. Hizo la cola que le pareció
eterna y cuando iba a tomar las escaleras mecánicas escuchó que una voz poco
amable por los altavoces anunciaba que había un retraso en la Línea 1. Miró el
andén a reventar y decidió esperar en la calle, ya que aún le quedaba tiempo.
Había escogido la estación de Altamira para
acabar con su vida por ser una estación hermosa, un andén cómodo y contar con
servicios de emergencia adecuados y rápidos. No quería morir en un sitio feo y que tardaran mil horas en
levantar su cuerpo. Igualmente, había decidido que sería a media mañana para no interrumpir a la gente
con su final. Por eso no sería al mediodía ni al final de la tarde. No en hora
pico.
Subió a la calle y mientras caminaba
haciendo tiempo se mezclaron en su mente la sonrisa del bebé, unas extrañas
ganas de ir al Louvre y el impulso de maquillar un poco más sus ojos, pero se
sacudió y se dijo a sí misma que era hambre. Vio un carro de perros calientes y
pensó irónicamente: “Uno no me va a matar” y lo pidió con todo por primera vez
en su vida. La primera.
Se sentó en un banquito a comer y no pudo
reprimir un suspiro de asombro. Era lo mejor que había comido en su vida y
lamentó que fuera el primero y el último. Casi que lamió el papel, tomó la
frescolita y al terminar lo arrojó a la basura y corrió al ver que eran las 10
y 15 minutos ya. Bajó las escaleras corriendo y al llegar al andén contempló el
mar de gente que aún esperaba el vagón y
su mente quedó en blanco por un momento.
Se dio vuelta, salió y pensó que mañana
podría hacerlo sin problemas. Se levantaría más temprano y lo haría. Tomó el
carrito de vuelta y extrañamente buscó conversación con un niño que venía del
colegio. Hablaron de lo difícil que es dividir por dos cifras y se vio animándolo
a seguir intentando, a seguir probando,
de lo intensa que son las niñas de 11 años y el sueño que tenía por
haberse levantado a las 4 y 30 am. Cuando llegó a su parada, se bajó no sin
antes despedirse de él y decirle que era buen mozo y las niñas tontas.
Caminó
a su edificio, saludó a la conserje por primera vez y elogió lo limpio
que se veía el hall de entrada (no lo había observado en meses y ese día la impactó). Abrió la puerta de su apartamento
y sintió que la estaba esperando, se desvistió y se recostó pensando que mañana
era otro día y mientras entraba en el sueño sintió en su corazón angustia de
nuevo, pero ahora era dulce, amable, amiga. La angustia le susurraba al corazón
que el miedo y la soledad habían hecho sus maletas y se iban y que tenía una
merienda pendiente, el color marrón favorecía su mirada, el amor no solo viene
en forma de hombre, sino de amigos, hijos, nietos, las palabras sanan cuando son
sinceras y era posible comerse otro perro caliente mañana.
Se sacudió casi involuntariamente,
pensando en su decisión irrevocable, susurrando “mañana lo haré” aun cuando en el fondo se dio cuenta de que no
sería así.
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Puff, que fuerte! Te prometo que aún en mis momentos más difíciles, esa idea nunca ha cruzado mi mente, al contrario siempre me he considerado una persona positiva, que piensa que las cosas pueden cambiar y que lo malo no es necesariamente permanente. Y a pesar de las etapas duras, de los cambios, y de los momentos agrios, la vida vale la pena vivirla, pero vivirla esperando lo mejor, encontrando el placer en las cosas sencillas.
ResponderEliminarDe hecho, en estos últimos tiempos he concluido que las cosas que más añoro son esas, las pequeñas, las simples, los detalles que llenan los días de alegría, de esperanza y de sonrisas,
Que alegría y que alivio, que al final, Lucía se haya salvado a sí misma!
Un abrazo, Esther!! Y pongámosle fecha a ese café pronto ;)
Me alegro Rocío! Siempre he creído que quienes dejan todo han perdido su cable a tierra por esa extraña manía del ser humano de apostar todo a un solo afecto. Gente como tú cuentan con la inteligencia y fortaleza emocional como para ver que la vida es cada día, cada momento, cada cosa, la suma del todo.
EliminarEl café viene! te aviso! un beso!