Del camino hacia la felicidad y la tristeza.



Ayer recibí una noticia terrible, algo que me estremeció el alma y me hizo llorar de tristeza, rabia e impotencia. Unas bellas amigas, hermanas más bien vieron su vida cambiar totalmente a partir de hechos que no viene al caso comentar. Esa situación tan dura, la certeza del sufrimiento que llevaban sobre sus hombros en ese momento y la incertidumbre sobre el futuro próximo me hizo contrastar con la vida de aquellos que viven quejándose de todo desde que sale el sol.

Hay gente que abre los ojos y no descubre el milagro en ese simple hecho. Comen y no aprecian esa máxima bendición. Trabajan y dudan de la mano de Dios cada vez que cubren sus gastos con su paga. Reniegan de su suerte diariamente. No les gusta su pareja porque no los ama "como ellos quieren". Murmuran mil cosas ante el closet porque "no tienen nada que ponerse" y recorren las 24 horas del día muchas veces sin esbozar una simple sonrisa al dar los Buenos Días.

Otros, menos dramáticos alegan vivir felices porque sonríen pero lo hacen viendo el jardín del vecino y soñando con la vida ajena: "si yo tuviera, fuera, estudiara, etc. etc. y así malgastan horas interminables sin mirar su propio jardín.

Existe el que jura a gritos que él sabe que su vida es buena...pero así y todo no le gusta y piensa que no nació con suerte, que sería feliz en otros zapatos o que ojalá tuviera otra oportunidad.

Finamente, está el que me pone los pelos de punta sin duda. Aquel que vive sufriendo batallas imaginarias, el depresivo, el triste, el melancólico. Aquel que dice "no es mi culpa, soy así, triste, depresivo" y se lleva consigo la vida por delante sin detenerse un segundo a pensar en vivirla. Ese que jura que la vida se reduce a un pastilla que lo calme, lo haga ver la vida bonita y no llega a comprender que la vida es bella solo por ser lo que es.

A todos estos personajes y a todos los que hemos caído en algunos de estos comportamientos, les recuerdo que la vida se vive a cada minuto, cada segundo.

Que no hay tiempo suficiente para ser malgastado en detalles de forma y no de fondo.

Que tener la dicha de que nos amen profundamente se puede disfrutar, siempre y cuando aprendamos a reconocer el amor en su esencia y no solo en las tontas formas de presentarse. El amor es amor, sólo eso.

Que cada día hay que proponerse la meta máxima de sonrisas, de momentos felices, de besos entregados, de abrazos cálidos y palabras bonitas.

Que los problemas propios siempre son menos cuando los colocamos en perspectiva, que el jardín del vecino no siempre es más verde que el nuestro y que, probablemente tenemos miles de bendiciones arrimadas en un cajón esperando a ser reconocidas y disfrutadas y nuestras tontas expectativas nos impiden hacerlo.

Hay momentos en esta vida que serán muy duros, seguramente más duros de lo que podemos imaginar y solo será posible superarlos si llevamos dentro nuestra luz propia alumbrando el camino. Esa luz se construye de la belleza que alcancemos a ver en el milagro de vivir y compartir, nada más.

Procura que cuando lleguen los días tristes, la felicidad haya colmando tu camino antes. Así, la tristeza solo pasará por encima, pero no anidará en tu vida.

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