Elegir las piezas correctas

Foto de Jackson Simmer en Unsplash

 A veces, nos rompemos. Nos rompemos en mil pedazos y caemos en una especie de limbo donde el tiempo no pasa y el mundo es ajeno. Fijamos la vista en nuestros pies, tratando de reconstruir el inmenso rompecabezas en caos que ahora somos pero todo falla. 

Pareciera que no reconocemos ninguna pieza. No hay una imagen que nos sirva de guía para comenzar.


Y es posible que, en un intento por reconstruirnos internamente, tratemos de colocar piezas nuevas para llenar los vacíos. Una extraña necesidad de pintar la casa y cambiar los muebles, comer lo que nunca probamos o visitar lo que no hemos visto. Es como si quisiéramos quitarnos la piel y dar a luz a un nuevo ser.


Es un proceso complejo, necesario pero tiene límites. Llega un día y comenzamos a darnos cuenta de que toda la ola de innovación ya no genera la misma satisfacción y que algo nos falta. Y descubrimos, a veces con un estruendo, otras en silencio, que nos necesitamos a nosotros mismos.


Sentimos un deseo profundo de volver a casa, a quienes éramos antes del quiebre, a la calidez de nuestros gustos, nuestras decisiones. 


Tras todo un maratón de nuevas experiencias, comenzamos a recoger las piezas del piso y las vemos con otros ojos. Ya no son vidrios rotos. Son nuestros sentimientos un poco golpeados, nuestros valores con un nuevo matiz ante la experiencia, nuestros sueños con una nueva dirección probablemente.


Entendemos que cerrar el ciclo y recoger los pedazos no es negarnos a nosotros mismos en busco de una nueva persona. Es soltar al que fuimos y abrazar al que somos con lo mejor que traíamos y la magia que nos da el aprendizaje.


Bien sea por haber transitado la muerte y sus heridas, una separación dolorosa o inevitable, incluso el abandono de un lugar amado, todos vivimos una etapa en el duelo que se asemeja en muchas formas a una embriagadora necesidad de cambiar todo, hasta nuestro yo, en un intento doloroso de borrar todo, como si eso nos aliviara el dolor y se llevara los recuerdos.


Pero la realidad es que, cuando se calman las aguas, los dolores se apaciguan y la mente empieza a actuar con claridad, necesitamos reconocernos al vernos en el espejo, al reír, al elegir una comida, al disfrutar una tarde. Necesitamos lo mejor de nosotros para poder continuar adelante.


Es un momento de reconciliación interna, un abrazo infinito en el que nos perdonamos y nos amamos de nuevo porque todos lidiamos con culpa ante cualquier tipo de dolor. Es el día en el que decimos: pues mira tú, soy lo que soy y estoy en paz.


Todos nos hemos roto o nos romperemos en algún momento de la vida. Lo que hay que asegurarse es que, al momento de recoger los pedazos, no dejemos de tomar todos los que tienen nuestra esencia y construir un nuevo yo, con colores conocidos, con sabores que nos lleven a nuestros mejores recuerdos, con olores que marquen nuestra identidad, con texturas que contengan el amor que recibimos y dimos. 


No dejamos de ser nosotros al rompernos. Solo que las piezas viejas cambian de lugar, hay piezas nuevas y somos más grandes, mejores y nos amamos aun más.


Elige las piezas correctas.


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