Nadie puede rendirse



Te levantas y con la lonchera en la mano piensas en qué podrías ponerle hoy a tu hijo.  Comprar galletas, hacer arepas con queso o hasta un huevo frito se ha vuelto un acto que debe ser planificado con cuidado en el presupuesto.

Tu esposo ha dejado de tomar café con leche. Se reserva la leche para el cereal de los niños.

La chica que es chef ha comenzado a variar su menú.  Ya hornear perniles o bañar pastichos con salsa bechamel no es una opción del menú semanal. Silenciosamente, se han vuelto especialidades y no por lo exquisito sino por lo difícil de encontrar los ingredientes.

Tu amiga va al taller y le arreglan el carro, en pleno concesionario con pega porque la pieza no se consigue.

Vas al odontólogo,  hay que extraer una pieza pero no hay anestesia.  Si usted la consigue, avíseme y procedemos.

Más abajo en la angustia,  una chica llama a la radio y pide, por caridad si alguien le puede regalar o vender aunque sea una caja de un medicamento para tratar el cáncer de su madre. Está desesperada.

Otra madre pide por WhatsApp a sus amigas para conseguir la válvula para el corazón que necesita la abuela. 

En los límites de la búsqueda de salidas, una madre sale por la frontera para llevar a su hijo a Colombia a estudiar.  Lo deja. Se despide. Se parte por dentro y no sabe cuando podrá volver a verlo y como inmigrante colombiana ha decidido cortar cabos y partir también luego de 16 años en esta tierra. 

Al venezolano le toca enfrentar la crisis más grande de su historia.  No es sólo económica.  La más grande y profunda es la social.  Enfrentarse a una realidad que ha desatado los peores demonios vestidos de bachaqueros,  inspectores que sobornan, empresarios que oxigenan la corrupción a costa del país,  delincuencia y crueldad que develan nuestra pérdida de valores humanos. 

Leemos todos los días sobre la crisis económica,  hacemos cálculos a diario sobre la crisis económica e ignoramos  la crisis social,  afirmando en forma osada, a veces: "cuando la economía se estabilice, todo se arregla".

Pero no, no es así.  Cuatro lochas en el bolsillo no reconstruirán años de indiferencia,  irresponsabilidad y ceguera social.

Como sucede en una familia donde el padre es alcohólico,  la madre se prostituye y los hijos crecen sin control ni valores,  así mismo pasa en el país.  No hay dinero que siembre valores pero si hay valores que llevan a la preservación y uso adecuado del dinero. 

De nada vale un barril de petróleo a 100$, si el venezolano sigue pensando en gastar hoy y mañana veremos. 

De nada valen las arcas llenas, si seguimos entregando la crianza de nuestros hijos al colegio y nuestras familias sólo son hoteles para dormir.  

De nada vale ganar millones, si seguimos comiéndonos la luz, coleándonos, picando la fruta en el super, robando el WiFi,  etc.

Playas, médanos y selvas se ríen de nosotros cuando los nombramos como lo máximo y como nuestro patrimonio porque ellos saben que es al  contrario,  la tierra no es nada sin la gente que le da vida. Por eso la tierra se seca, se estremece y sufre también porque la energía de quienes la habitan se va haciendo oscura y pesada.

Hay venezolanos que se han ido y me alegro por ellos. Espero que los sueños a los que no pudieron darle forma aquí,  puedan realizarlos afuera.

Pero no todos pueden o quieren dejar esta tierra. Yo no puedo y confieso que sólo ahora he deseado hacerlo. Antes, ni soñaba con eso.

Los venezolanos que nos quedamos tenemos que meterle el pecho a esto. Crecer, crecer y mil veces crecer.  Convertirnos cada uno en el país que queremos.  Basta ya de creernos el mejor país del mundo porque,  lamentablemente no lo somos. Somos rehenes de la inseguridad,  la corrupción,  la indolencia y la ignorancia y solo aceptándolo podremos cambiar.

Nos toca ser optimistas pero realmente optimistas. No haciendo un chiste de todo y cayéndonos a palos para celebrar cualquier cosa. Optimistas que tengan planes y visión de país y sean conscientes de su papel y responsabilidad en el pasado, presente y futuro.

Nos toca evolucionar como personas y convertirnos en un mejor ser humano porque si no lo hacemos, estaremos condenados a repetir esta desgracia.

Debemos votar. Convencidos o no. Hay que votar. ¿Qué están preparando la trampa? Seguramente.  No serían quienes son si no lo hacen pero hay que votar.  Dejar de hacerlo es rendirse. Bajar la cabeza. Aceptar que ya no hay nada por que luchar.


Yo el 6 de Diciembre voto. En contra de este desastre.  En contra del horror que vivimos.  Y todo el que no está a gusto debería votar.  Vote sin mirar si es que los candidatos de la oposición no lo convencen. Así lo haré yo pero vote. Por sus hijos, los míos,  por todos, vote.  Porque ya llegamos hasta aquí y, en este punto no nos podemos rendir.


Comentarios