Corazones que caminan
Tenía 18 años cuando conocí a
Cristina. No voy a negar que me impresionó verla en silla de ruedas con mi
misma edad y la vida por delante pero esa impresión se disipó con su sonrisa, ánimo
y soltura que me hizo pensar que, sí ella podía pasar por alto ese "detalle"
pues yo también.
No sé sí fue en ese momento o
como dos horas más tarde que nos convertimos en mejores amigas, hermanas del
alma y nació un lazo imposible de romper. Compartimos cualquier cantidad de
cosas, desde la cama trasnochadas, pasando por ropa, zapatos, maquillaje y
novios.
Inventamos todo tipo de excursión
asombrosa y, como todo a esa edad nada nos parecía ni imposible ni peligroso.
Desde montar moto (sí, moto...ni pregunten como fue) hasta lanzarnos por un tobogán.
Todo entraba en planes.
Reímos juntas, fumamos juntas,
tomamos café en exceso, lloramos cuando la situación lo ameritaba y nos
consolamos como cachorritos llorones. Escribimos cartas, nos tomamos fotos,
etc.
Como todo en la vida, las
decisiones hicieron que nuestros caminos se apartaran un poco pero nunca, nunca
olvidándonos ni dejando el cariño de lado.
28 años después miro hacia atrás
y me doy cuenta de que aquel detalle, el de la silla nunca la detuvo para nada
ni la detiene hoy día. Puede que la retrase pero nunca la vence.
La he visto llorar pocas veces
por eso y cuando ha ocurrido sólo he
podido ponerme en sus zapatos y entenderla porque su realidad la golpea de
frente de vez en cuando y sé que no quiere lastima sino empatía. La fuerza le
sobra.
Ser parte de su vida y ella de la
mía me ha enseñado que querer es poder. Que las discapacidades son relativas en
los seres humanos porque he visto gente en plena forma pero discapacitados del
alma.
Aprendí que nada es casual, todo
causal y nos encontramos para entender mejor nuestras vidas porque ver el mundo
a través de sus ojos es una experiencia única.
Me ha enseñado que el amor propio
y la voluntad son producto de la firme convicción de que uno vale, uno puede
más allá de la opinión de terceros o, en su caso de un mal chiste de la vida
que la puso en esa silla.
Cristina sólo no puede caminar
con sus piernas pero con su corazón llega a donde quiera porque allí está su
esencia.
La próxima vez que la vida lo
coloque al frente de una persona como ella, quítese el sombrero, despójese de
la lastima y prepárese para aprender una lección de vida muy valiosa.
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