Del arte de rendirse con éxito
Hay días que
realmente son un asco. Así de simple. No resisten ni el mayor esfuerzo de Walter
Risso o Leo Buscaglia para hacerlos ver bonitos: son malos. Son aquellos que
comienzan con el pie izquierdo, a golpe de 10 am empiezan a empeorar y pasado
el mediodía nos hacen desear volver a la cama antes de que un representante del
mundo canino nos use de árbol para desahogarse.
En días como esos
podemos invocar a cualquier deidad prohibida y maldecir en varios idiomas y
terminamos yendo a la cama con una ligera sensación de culpabilidad, sintiendo
que no fuimos capaces de encontrar “el sentido de la felicidad” ni de “enfrentar la adversidad con optimismo”
gracias a los 3.458.598 libros de autoayuda, actitud positiva “el secreto” y
demás que nos han perseguido en los últimos casi 20 años.
En momentos así
la mejor decisión es rendirse. Sí, rendirse. Así como lo lee. Entregarse al cansancio de la lucha del día,
cerrar los ojos y decir: Ok, ganaste, me rindo. Y es en ese punto que lo
más increíble puede pasar: comenzará a relajarse, sentirá como la paz invade su
cuerpo y la angustia se aleja poco a poco. Y sólo en ese instante es cuando tendrá
el valor suficiente para ver la realidad del día y aprender de él.
Siempre nos han
vendido la rendición como un acto de cobardía, de evasión y de fracaso pero
solo porque se ha considerado la rendición hasta su antesala, no más allá. La verdadera
rendición ante una realidad requiere de mucho más valor en algunas ocasiones que el acto de conquistarla. Precisa de
reconocer nuestras fortalezas pero también nuestras debilidades que son las que
precisamente ocultamos porque nos avergüenzan y nos hacen sentir débiles.
Rendirse puede
convertirse en el acto más poderoso de nuestra vidas. Nos devuelve al punto en
el que nos reconocemos como humanos y nos perdonamos y viéndonos a los ojos decimos: Hey tú, el del frente, te quiero, te
acepto y te perdono porque te entiendo.
La próxima vez
que su propia realidad se vuelva adversa, que sienta que por más que nade nunca
llega a la orilla o que simplemente ya todo dejó de tener sentido y lógica:
ríndase. Hágalo desde el alma. Entréguese al cansancio de luchar y comience a
ver todo en frío, sin el calor de la lucha. Baje la cabeza pero no para perder,
sino para mirar hacia adentro y encontrar allí las respuestas y enfrentar su
realidad con mucha más verdad de lo que lo había hecho antes.
Aprender cuando y
como rendirse requiere de inteligencia y fortaleza pero nos llena de mayor
sabiduría para alcanzar nuestros objetivos.
Atrévase y
ríndase a sus anchas el próximo día horrible…no lo olvidará.
Excelente como siempre... y muchísima razón, quizá ese día tan horrible llega porque ya han pasado otros en los que hemos peleado y llevado a cuestas en lugar de rendirnos a tiempo para alcanzar la paz... pero bueno siempre son útiles consejos como estos que le llegarán seguramente a más de uno en el momento indicado. me gustó mucho este texto!
ResponderEliminarGracias Carol. Siempre es un placer contar con tus palabras en este espacio. Y sin duda, muchas veces ese día es el resultado de muchos. Un abrazo.
EliminarExquisitamente relajante y supremamente reflexionado éste escrito. Difícil de discernirse en que momento ha de retirarse de la lona, tirar la toalla o decir hasta aquí me llevó el río.
ResponderEliminarA sabiendas de que en los seres humanos establecemos prioridades a nuestros objetivos y más aún si es objetivo de vida, que sin su logro se es una vasija vacía.
fervegas76@twitter.com
Gracias amigo. Realmente no es fácil cuando decir basta pero encontrar ese punto es vital! Saludos.
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