Hermanos del alma




Siempre se ha dicho que la familia no se escoge, se hereda pero si algo me ha enseñado la vida y sus múltiples altibajos es que esto es una frase totalmente falsa.

Si bien nacemos y nos crían con la idea básica de que la familia es aquella que vive con nosotros a la cual nos une un lazo consanguíneo que genera “mágicamente” unos sentimientos infinitos de amor sin medida y solidaridad, cada paso que he dado me ha ido mostrando la otra fuente de afectos familiares que es la amistad y sus múltiples formas.

En primer lugar está ese primer gran amig@ en la escuela, el que nos miró con afecto al llegar el primer día de colegio y nos hizo sentir que era un lugar seguro o, al menos que no estábamos solos. Seguidamente, hace su aparición aquel con quien nos identificamos casi 100% entre los 10 y 15 años, ese amig@ con quien compartimos todos nuestro sentimientos, amores, despechos y descubrimientos de vida maravillosos y terribles en algunos casos y con quien sentimos que el mundo vale la pena, aquel con quien caminamos hacia la madurez el largo camino entre la niñez y la adolescencia.

Al terminar la escuela y tomar la primera decisión seria de vida (qué demonios vamos a estudiar) aparece el tercer gran amigo de la vida, ese con quien comenzamos a compartir esa extraña sensación de ser medio adulto pero no serlo y con quien, probablemente comenzamos a compartir nuestras debilidades y temores de una manera mucho más sensible y profunda que con más nadie. Ese amig@ que nos ve luchar por nuestras metas personales, enfrentar retos y delinearnos como adultos pero que conoce al niño que llevamos dentro.

A lo largo del resto de nuestras vidas seguirán llegando amigos de todos los colores y tamaños: unos con quien reír, otros con quien llorar (algunos solo llegan para eso, tienen vocación de mártires), aquellos que nos dice lo que no queremos oír y los que nos acarician el oído con lo que deseamos escuchar. Otros que nunca cumplen pero siempre “lo sienten” y prometen volver, etc, etc, etc.

Lo importante es que hay algunos que llegan para quedarse y no irse jamás, aquellos que una vez que conocen tu alma ya forman parte de tu espíritu, tu vida y tu historia y, por ende de tu familia aun cuando no compartan tu sangre pero comparten tu corazón que es más profundo que cualquier cosa que corra por tus venas. Son aquellos que, pase lo que pase, ni la distancia ni el tiempo logran borrar el cariño ni esa complicidad total que existe en esa amistad especial.

Son esas personas a quienes ves luego de mil años y las abrazas con el mismo sentimiento de siempre, en quienes confías sin palabras, a quienes recibes sin avisos. Son esas personas que se vuelven tu FAMILIA y puedes llamar hermanos sin dudarlo.

La vida me ha dado la bendición de contar con esos seres especiales a mi lado y agradezco cada día por ellos.

Cuenta tus amigos cuando cuentes tu familia y verás que nunca estarás solo.

Los buenos amigos se reciben como si nunca se han ido, son hermanos del alma.


Photo by Duy Pham on Unsplash

Comentarios